
Se sentó al piano como siempre lo había hecho. Como era de costumbre.
Intentó mover los dedos para que de las teclas comenzara a salir las melodiosas y conocidas notas de los sábados por la noche. Pero no pudo, sus cansados huesos le impedían moverse más de lo necesario, aunque el piano fuera una necesidad.
Y así estuvo, por horas intentando sacarle la voz a su antiguo amigo, hasta que llegó mi abuela. Andaba con un vestido a rayas color salmón ajustado hasta las rodillas. Al ver a la mujer sentada frente al piano la expresión de felicidad que traía se desfiguró y se transformó en rabia… ese tipo de rabia cuando un niño hace algo malo.
- ¡Marie, Que estás haciendo por Dios! – dijo acercándose a ella
La mujer no le prestó atención, y continuó con las manos levantadas a unos centímetros del teclado.
- ¡Te dije que no más! ¿Te cepillaste…? ¡ Oh, nada más mira como está tu cabello! Te dije que…- le reprochó mientras le ponía las arrugadas y tiesas manos en los muslos.
- Pero si no he hecho nada…- susurró intentando escuchar de donde veía la voz.- ¡Pauline…está todo negro! ¡Prende la luz Pauline, Pauline!
La vieja se aferró tanta fuerza que rasguño a mi abuela. Ella intentaba decirle… explicarle que estaba ciega, pero Marie nunca escuchaba y había que repetirle miles de veces y a gritos que desde hace más de 7 años que estaba ciega.
- ¿Cómo? ¡Pero si ayer veía como las águilas!- repetía una y otra vez.
- Querida Marie, usted no recuerda, pero, como ya le dije, está ciega hace mucho.
- Pero… pero ¿y mi piano? ¿Cómo podré tocarlo?
- Usted nunca ha tocado piano alguno, señora. Nunca aprendió.
Marie le ayudó a levantarse y la sentó al lado de la ventana, donde el aire movía juguetón la cortina blanca. La anciana cerró las manos y las dejó descansar en el regazo.
Pauline se dedicó a ordenar la pequeña cocina, sin descuidar por supuesto a Marie. Puso flores nuevas en el jarrón encima del piano de cola, y limpió las hojas de las plantas del polvo. Se entretuvo haciendo las camas, cuando se dio cuenta de que ya era de noche.
Tomó sus cosas ( una cartera color crema que combinaba con su piel blanca, unas revistas de moda, y una pulsera que le había regalado la anciana o eso es lo que hizo pensar a sus padres), besó a Pauline en la frente, cuando ya estaba llegando a la puerta
(cosa que no tomaba más de 3 segundos), una voz cansina la llamó.
- ¿Por qué tengo un piano si no se tocarlo?
- Por que su esposo lo compró para usted… dijo que algún día le enseñaría.
Marie asintió y volvió a sus pensamientos… o lo que quedaba de ellos.
Intentó mover los dedos para que de las teclas comenzara a salir las melodiosas y conocidas notas de los sábados por la noche. Pero no pudo, sus cansados huesos le impedían moverse más de lo necesario, aunque el piano fuera una necesidad.
Y así estuvo, por horas intentando sacarle la voz a su antiguo amigo, hasta que llegó mi abuela. Andaba con un vestido a rayas color salmón ajustado hasta las rodillas. Al ver a la mujer sentada frente al piano la expresión de felicidad que traía se desfiguró y se transformó en rabia… ese tipo de rabia cuando un niño hace algo malo.
- ¡Marie, Que estás haciendo por Dios! – dijo acercándose a ella
La mujer no le prestó atención, y continuó con las manos levantadas a unos centímetros del teclado.
- ¡Te dije que no más! ¿Te cepillaste…? ¡ Oh, nada más mira como está tu cabello! Te dije que…- le reprochó mientras le ponía las arrugadas y tiesas manos en los muslos.
- Pero si no he hecho nada…- susurró intentando escuchar de donde veía la voz.- ¡Pauline…está todo negro! ¡Prende la luz Pauline, Pauline!
La vieja se aferró tanta fuerza que rasguño a mi abuela. Ella intentaba decirle… explicarle que estaba ciega, pero Marie nunca escuchaba y había que repetirle miles de veces y a gritos que desde hace más de 7 años que estaba ciega.
- ¿Cómo? ¡Pero si ayer veía como las águilas!- repetía una y otra vez.
- Querida Marie, usted no recuerda, pero, como ya le dije, está ciega hace mucho.
- Pero… pero ¿y mi piano? ¿Cómo podré tocarlo?
- Usted nunca ha tocado piano alguno, señora. Nunca aprendió.
Marie le ayudó a levantarse y la sentó al lado de la ventana, donde el aire movía juguetón la cortina blanca. La anciana cerró las manos y las dejó descansar en el regazo.
Pauline se dedicó a ordenar la pequeña cocina, sin descuidar por supuesto a Marie. Puso flores nuevas en el jarrón encima del piano de cola, y limpió las hojas de las plantas del polvo. Se entretuvo haciendo las camas, cuando se dio cuenta de que ya era de noche.
Tomó sus cosas ( una cartera color crema que combinaba con su piel blanca, unas revistas de moda, y una pulsera que le había regalado la anciana o eso es lo que hizo pensar a sus padres), besó a Pauline en la frente, cuando ya estaba llegando a la puerta
(cosa que no tomaba más de 3 segundos), una voz cansina la llamó.
- ¿Por qué tengo un piano si no se tocarlo?
- Por que su esposo lo compró para usted… dijo que algún día le enseñaría.
Marie asintió y volvió a sus pensamientos… o lo que quedaba de ellos.
3 comentarios:
holas, venia a dejarte un saludo.
espero que estés muy bien, un abrazo y cuidate!
Vaya que historiaa !
creo que una de las cosas que mas temen las personas a una cierta etapa adulta o desde antes es perder la memoria o sufrir lagunas mentales y naturalmente a simple vista resulta esto aterrador, por otro lado viendole el lado positivo si es que lo tiene borrar lo malo de tu vida no es tan negativo jajaja..Quién no quisiera borrar ciertas cosas de su vida ya que cambiarlas no se puede?
bsitos
Me gusto tu historia
espero que actualices prontooo
Atte Loca Cuerda xD!
Chuta a mi ya me pasa eso :s
Oye date un recreo de tus estudios y escribe algo en el súper blog ;)
Saludos a tu mamá
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